Trauma infantil y salud

“Este texto es una reflexión clínica inspirada en la conferencia TED de Nadine Burke Harris. A partir de sus hallazgos sobre los efectos del trauma infantil en la salud, hago una asociación con el impacto que el modo lucha/huida tiene en la relación con el cuerpo y la alimentación.

La conferencia de Nadine Burke Harris sobre las experiencias adversas en la infancia (ACEs) deja en claro que el trauma no se queda en el pasado, ya que modifica la biología y condiciona la salud durante toda la vida. Lo que sucede en los primeros años deja marca en el cerebro, en el sistema inmunológico, en el sistema endocrino e incluso en la replicación del ADN.

La magnitud del impacto es alarmante.

Las personas con altos puntajes de ACEs pueden ver reducida su expectativa de vida en hasta 20 años. Estamos hablando de una situación que contribuye a 7 de cada 10 causas de muerte más comunes, pero que rara vez se coloca en el centro de la conversación sobre salud pública. En cambio, seguimos medicalizando consecuencias, mientras ignoramos la raíz de los problemas de salud.

Los hallazgos neurobiológicos son claros:

El trauma infantil afecta al núcleo accumbens, el centro de placer y recompensa, lo que explica la vulnerabilidad al consumo de sustancias.

También inhibe la corteza prefrontal, encargada de regular impulsos, tomar decisiones y sostener el aprendizaje, dejando a las personas con menos recursos para enfrentar la vida.

La amígdala, encargada de la respuesta al miedo, se ve hiperactivada, generando un estado de alarma constante.

Y aunque solemos atribuir las consecuencias únicamente a conductas de riesgo como adicciones o violencia, Burke Harris demuestra que incluso en ausencia de estos comportamientos, la huella del trauma sigue presente en el eje hipotálamo–hipófisis–adrenal, el cual permanece sobreactivado, como si el cuerpo estuviera atrapado en una alerta eterna.

Lo que en un inicio es una respuesta adaptativa para sobrevivir, con el tiempo se convierte en un proceso desadaptativo que erosiona la salud. El sistema de lucha o huida, diseñado para salvar la vida, termina lastimando al propio organismo cuando se activa de manera crónica. Y los niños, con un cerebro en pleno desarrollo, son especialmente sensibles a este daño.

Trauma, modo lucha/huida y relación con la comida

Cuando el cuerpo vive atrapado en modo lucha o huida, no solo prepara los músculos para defenderse o escapar: también altera la forma en que nos relacionamos con nuestro propio cuerpo y con la comida. El sistema nervioso, activado por el trauma, interpreta constantemente señales de amenaza, incluso cuando no hay un peligro real. Esto tiene consecuencias directas en la alimentación y en la imagen corporal.

  • Conflicto corporal: vivir en un estado de alerta crónico nos lleva a hipervigilar y a rechazar nuestro propio cuerpo, como si fuera un recordatorio de que hay algo mal con nuestro cuerpo. Esto alimenta la vergüenza corporal y la sensación de que nunca somos “suficientes”.
  • Comer compulsivo: cuando el sistema nervioso no logra regular el estrés, la comida aparece como una vía inmediata de calma. Comer se convierte en una estrategia de supervivencia, no en un simple acto de placer.
  • Restricción y control rígido: para algunas personas, la necesidad de comer con reglas estrictas sobre la comida funciona como un intento de recuperar control frente a un entorno interno desbordante.
  • Desconexión interoceptiva: el estado de alarma interfiere con la capacidad de escuchar las señales internas. Hambre, saciedad o cansancio pueden verse alterados.

Hablar de trauma y de alimentación no son caminos separados. Reconstruir la paz con el cuerpo implica también atender las huellas del trauma con modelos integrales y multidisciplinarios.

Los ACEs representan una de las amenazas más graves y urgentes para la salud pública, pero siguen siendo invisibilizados.

Esta información ya tiene muchos años que fue descubierta, como dice la doctora:

“los ACEs son la mayor y principal amenaza de salud pública no resuelta”.

¿Por qué es algo que no quiere mirarse? Porque todos somos responsables. Le quitas peso a remedios simplistas y te enfocarías en trabajar la conciencia de la gente ante problemas de violencia que muchos no quieren mirar.

Mientras no lo hagamos, seguiremos construyendo sistemas de salud reactivos, centrados en reparar lo que ya se quebró, en lugar de prevenir y proteger. Estar en un modo alerta crónico no solo lastima tu salud física, afecta todas las áreas de nuestra vida evitando que lleguemos a una autorrealización y uso de nuestros potenciales.

Conclusión

Si queremos transformar la vida de la gente, tenemos que atrevernos a mirar el trauma. Reconocerlo, prevenirlo y atenderlo desde una perspectiva compasiva e integral es también abrir la puerta a una alimentación saludable y flexible, entendiendo el vínculo entre al comida, el trauma y el cuerpo como parte de un mismo proceso de sanación.

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- Fabiola Gama